Digitalización de la universidad: ¿disrupción o transformación digital?

Educación post pandemia: transformación digital de la universidad

Las instituciones de educación superior tienen una larga historia de operar en entornos que son inestables e impredecibles. Durante más de ochocientos años han soportado convulsiones políticas, crisis financieras y, recientemente, disrupciones como la globalización y la digitalización de la universidad. Quizás la pandemia de la Covid-19 ha supuesto un antes y un después en la entidad, complejidad y celeridad de estos cambios. Con el confinamiento, de la noche a la mañana, el campus presencial se tornó online y muchos centros educativos de todo el mundo identificaron con claridad, además de carencias e insuficiente capacidad de adaptación, una brecha entre un alumnado digital y una parte del profesorado generacionalmente todavía anclado en una ortodoxia en exceso “tradicional”. 

Andrés Pedreño Muñoz, catedrático de Economía.

Las universidades, sin embargo, dentro de los límites que imponían unos desafíos sin precedentes, se han esforzado al máximo en dar respuesta a los anhelos de los estudiantes para mantener la seguridad académica, la calidad de la educación y la accesibilidad independientemente de la condición y el contexto socioeconómico del estudiantado. Mientras, fuera de las aulas, en la empresa y en la sociedad también han ocurrido transformaciones muy relevantes a escala global que afectarán a las universidades.

A) Educación digital de la población en general. La Covid-19 ha acelerado la cultura digital de la sociedad. El teletrabajo o la adquisición online de bienes y servicios ha progresado en unos pocos meses el equivalente a décadas. La fuerza de la necesidad ha impuesto la familiarización de profesores y alumnos con plataformas y herramientas digitales de todo tipo. No solo los ciudadanos, muchas empresas han introducido cambios muy relevantes que han venido para quedarse y ampliarse. La universidad no es una excepción. Por ejemplo, un reciente proyecto de investigación, referido a un ícono de la presencialidad y de la excelencia como la Universidad de Cambridge, recoge las expectativas del personal y de los estudiantes y pone de relieve su apoyo a un cambio permanente, aunque parcial, hacia el aprendizaje en línea. 

B) Impacto relevante en nuestras economías y en el empleo. La pandemia también ha incrementado la vulnerabilidad de nuestras economías. Como, por ejemplo, los altísimos niveles de endeudamiento que en nuestro país ya llegan a duplicar el PIB. También ha propiciado la desaparición de numerosas empresas “zombies” y ha engrosado la ya inaceptable y muy preocupante tasa de desempleo juvenil de los últimos años. En los próximos años, quizás habrá que primar eficiencia sobre la superabundancia de recursos. 

C) Conciencia y voluntad para asimilar y aceptar cambios relevantes por parte de empresas y administraciones públicas. Se ha potenciado una conciencia colectiva que apuesta por el cambio en dos direcciones: la digitalización, la salud y la sostenibilidad medioambiental. Los fondos Next Generation de la UE son un buen reflejo de esto. Abren una oportunidad que hay que gestionar con diligencia dada su temporalidad y fecha de caducidad. 

D) Más educación y “repensar” la educación. Se han puesto de relieve insuficiencias y debilidades de la educación incluso en algunos países como Finlandia en donde optaron acertadamente hace tres años por potenciar la educación digital de la población adulta en temas específicos como la inteligencia artificial. Desde Asia hasta América no solo se habla de la necesidad, ya destacada hace años, de “repensar la educación” sino sobre todo de potenciar el liderazgo de la universidad en nuestra sociedad. Especialmente ante un marco empresarial y social sometido a intensos cambios y disrupciones, con nuevos paradigmas de empleabilidad de los universitarios. 

El impacto de la pandemia de la Covid-19 nos ha planteado desafíos formidables. El alcance y la escala de estos retos tienen múltiples dimensiones que van más allá de lo digital y exigen cambios en nuestro estilo de vida, así como explotar correctamente tecnologías digitales como la inteligencia artificial, con potencial para asumir los complejos retos medioambientales o hacer frente a pandemias con unos servicios sanitarios mucho más eficientes. 

Europa frente a China y Estados Unidos: la inteligencia artificial y el rol de las universidades

Hay que citar un “factor Europa” restrictivo tras muchos años de aportar a España recursos, transformaciones claves e inputs fundamentales para la modernización de nuestro país. En la era de la digitalización Europa se ha atascado. En los últimos años la UE está imbuida en un discurso y una estrategia regulacionistas que distan de ser efectivos a la hora de resolver el importante gap tecnológico existente con respecto a China y los Estados Unidos. En Europa no hay gigantes tecnológicos, apenas unos pocos “unicornios” y nuestras startups tecnológicas tienen enormes dificultades para escalar y crecer. 

Desde 2008 hasta el inicio de la pandemia, la UE ha perdido más de ocho puntos en el PIB mundial. La pandemia ha hundido aún más las economías europeas en el contexto mundial. En un escenario financiero y económico todavía no suficientemente despejado, padecemos los efectos de un desconcertante Brexit o el hundimiento financiero de un sur de Europa afectado por muy altas tasas de desempleo juvenil. 

El retraso de Europa en su apuesta e implantación de la inteligencia artificial (IA) es altamente preocupante. Estudios de prospectiva de las principales consultoras indican que puede llegar a explicar una tercera parte o más del crecimiento del PIB en la mayoría de los países avanzados. 

Las universidades deberían ser, en el caso de Europa, aliadas estratégicas de primera magnitud con el objetivo de superar la brecha con China y los Estados Unidos. La búsqueda de vías para disminuir el gap tecnológico debe empezar por las mismas universidades. No solo con una transformación digital pasiva sino potenciando su liderazgo en la era de la IA y otras tecnologías disruptivas.

La digitalización de la universidad: ¿transformación digital o disrupción?

Suele haber cierta confusión entre términos como “transformación digital”, “digitalización” o “disrupción”, tanto en su aplicación a la sociedad como en el ámbito universitario. A efectos de acotar de forma más precisa diferenciaremos sobre todo los conceptos de “transformación digital” y “disrupción”: el primero define la introducción de innovaciones en el ámbito digital pero sin alterar los fundamentos básicos del sistema (por ejemplo, un campus virtual o la introducción de cualquier software que ayude a la gestión de la docencia o investigación), mientras que la disrupción digital introduce cambios relevantes que alteran las bases y las reglas de juego del paradigma o modelo existente. 

En ambos casos estamos hablando de “digitalización”, pero con un alcance muy diferente, dado que en el segundo caso los recursos digitales sí alteran los fundamentos tradicionales del sistema. Mientras que la transformación digital se ajusta a un cambio “lineal” y progresivo, la disrupción propicia cambios acelerados y exponenciales. 

La pandemia ha puesto de relieve la necesidad de acelerar ambos componentes de la digitalización de la universidad, tanto la transformación digital como la disrupción. Lo que queda claro es que la cuestión no debería ser vista únicamente por las universidades como una mera vertiente de inversiones que con mayor o menor alcance se materializan en dotaciones de las universidades en infraestructuras y equipamientos sin repensar nuestros modelos educativos. 

Hay que salir de la linealidad de las trasformaciones para adentrarnos en la capacidad de crear universidades disruptivas. En este sentido, es fácil prever que las universidades privadas (o las grandes corporaciones), si son más diligentes a la hora de abrazar tecnologías como la IA, crearán una incómoda disrupción en las universidades tradicionales más resistentes a los cambios e innovaciones. 

Si no tomamos conciencia de que la Covid-19 ha acelerado el impacto de la digitalización y cómo afecta al modelo de universidad que demanda una sociedad digital, se generará un problema. Afrontar restricciones esporádicas a la presencialidad es una cosa, pero dar respuesta a la aceleración de la propia digitalización de la sociedad es otra bien distinta, que requiere responder con diligencia.

Hace años se alzaban voces en los Estados Unidos que identificaban una cierta “zona de confort” en las universidades, atrasadas en el reto de dar respuestas a los cambios y nuevas demandas empresariales. Como hemos avanzado al principio, el dato más objetivo en la economía norteamericana es la morosidad en la devolución de los préstamos universitarios a estudiantes. Un sistema en “quiebra” que desvela los crecientes problemas de inserción laboral de los universitarios en la economía digital actual. 

Muchas propuestas formativas de grandes corporaciones mundiales al margen de la universidad intentan mejorar la creciente falta de empleabilidad universitaria, generalmente asociada a un déficit creciente de competencias y habilidades digitales, o la constatación de una insuficiente generación de titulaciones STEM. Hay que insistir en que ya antes de la pandemia se habían acumulado indicadores relevantes que evidenciaban la necesidad de promover cambios e innovaciones en nuestras universidades para adaptarnos a la sociedad digital.

La crisis generada por la Covid-19 (y el progreso en la educación digital de la población) hay que verla como una oportunidad para la digitalización de la universidad y crear una cultura tecnológica que no solo transforma y moderniza la gestión o nuestro modelo docente universitario actual haciéndolo más disruptivo, sino que nos permite generar data, anticiparnos y liderar los cambios futuros en la propia sociedad.

Los fondos europeos Next Generation, de los que España es uno de los principales países beneficiarios, tienen por objeto promover una digitalización en la sociedad mucho más ambiciosa. Las universidades no solo tienen que ser objeto de su “transformación digital”, sino aspirar a marcar el liderazgo en muchos cambios potenciando la disrupción y la competitividad. 

Tecnologías digitales, universidades e IA 

La idea muchas veces esgrimida en debates estériles no es adoptar la educación en línea como una alternativa a la educación presencial en las universidades. El reto está en optimizar y adaptar las múltiples alternativas a los diferentes ámbitos en los que se desarrolla la enseñanza superior. Adoptar la creatividad y la innovación en la enseñanza y el aprendizaje en facetas que, según disciplinas, adquieren enfoques y alcances diferentes. 

Quizás en los próximos años convivan modelos presenciales eficientes en el uso de los recursos digitales con una educación online y personalizada extraordinariamente efectiva, así como modelos híbridos que combinen progresos y buenas prácticas procedentes de la educación presencial y la virtual

La Covid-19 es una oportunidad para que la educación superior desarrolle aún más la educación en línea para fortalecer la excelencia tanto en la enseñanza presencial como en la virtual y en el aprendizaje en general. Especialmente si partimos de una explotación de datos y la aplicación de técnicas avanzadas de IA que nos ayuden a mejorar sustancialmente la calidad de la enseñanza presencial y virtual. 

Los primeros campos virtuales contribuyeron en gran medida a hacernos más digitales y ayudaron a explotar el potencial de este ámbito. El gran problema es que su diseño se hacía bajo los cánones de la enseñanza tradicional presencial. Insistimos en las limitaciones implícitas en este tipo de tecnologías que “metían el aula física en el ordenador”; algo así como si con la aparición de la imprenta y los libros hubiéramos llevado a cabo acciones como la de arrancar las páginas de cada libro para imitar nuevamente a los pergaminos o papiros. 

Las restricciones para explotar el potencial digital en la educación han estado presentes de forma continua durante décadas. Incluso aunque los MOOCs y las plataformas digitales surgidas de las mejores universidades como Coursera o edX, o las iniciativas desde el ámbito privado como Udacity o Google Actívate han generado “disrupción”, sus efectos reales en la innovación de la enseñanza presencial universitaria han sido limitados, pese al optimismo de muchos que creímos que algunas innovaciones serían adoptadas con mucha más extensión y rapidez. 

Esto no ha sido por falta de propuestas. Estudiosos y expertos han generado un gran número de ofertas muy interesantes. Desde el “aula invertida”, que permite acceder a los mejores recursos digitales en los conocimientos teóricos y dejar para la presencialidad el trabajo en equipo y la tutorización y experiencia del profesor en la aplicación práctica, hasta versiones “gamificadas” de blockchain que podrían premiar e incentivar las buenas prácticas de profesores y alumnos. Es difícil de justificar, pero hay que reconocer que ha habido una resistencia universitaria al cambio que deberíamos tomar muy en consideración.

Desde mediados de los noventa hasta aquí la historia nos define una minoría que abrazaba de forma entusiasta las innovaciones y el cambio tecnológico y una gran mayoría que se sentía confortable y satisfecha con “meter el aula física en el ordenador” a través de nuestros campus virtuales y plataformas al uso y poco más. 

Ciertamente, la propia intensidad y entidad de los cambios provoca resistencias no solo en la educación en general sino en casi todos los sectores productivos y ámbitos de nuestras vidas. Acelerar cambios requiere abrazar una cultura favorable a la introducción de innovaciones y para muchos sectores de la sociedad esto no es una opción. 

En el ámbito de la educación es diferente. La resistencia al cambio puede ser un factor relevante, hasta el punto de poder ralentizar su introducción de forma notable. Frecuentemente esgrimimos argumentos relacionados con la antigüedad de nuestras instituciones educativas, el humanismo o los valores implícitos en la presencialidad, aún cuando quedan devaluados por la práctica habitual o incluso llevan implícito un ludismo tecnológico actualizado. 

La pandemia ha venido a sacudir en gran medida el estado de la cuestión familiarizando a la población en general con el uso de muy diversas herramientas. Y desde hace ya algunos años los estudiantes universitarios forman parte de una sociedad con una gran cultura digital. La imposición de facto de una enseñanza en línea derivada del confinamiento venía en la práctica a revalidar una nueva versión e intento de “meter el aula en el ordenador”, lo que no dejaba de ser frustrante para nuestros alumnos.

Por supuesto, los campus virtuales, los MOOCs u otras propuestas derivadas de avances en las tecnologías digitales ya habían permitido innovaciones y avances en la enseñanza virtual. Pero estos progresos no han sido objeto de adopción masiva por las universidades presenciales. Existe incluso una brecha o intento de anteponer métodos en vez de integrarlos. 

No obstante, la irrupción de la IA no es un recurso digital más. Se trata de una tecnología de utilidad general, aquella que tiene la capacidad de transformarse continuamente, diversificarse gradualmente e impulsar la productividad en todos los sectores. La IA representará un salto tecnológico, una disrupción en toda regla para todos los sectores, incluidas las universidades. Ciertamente es un factor adicional al acervo de tecnologías existentes pero la diferencia es su capacidad disruptiva, su incidencia en hacer obsoletas nuestras estructuras tradicionales rápidamente. 

La gestión universitaria como factor de introducción de la IA

No es ningún secreto que la gestión universitaria viene padeciendo una creciente y pesada burocratización. La necesidad de una gestión eficiente en el ámbito universitario va más allá de la burocratización y la productividad de los recursos existentes actualmente: está ligada en buena medida a objetivos relevantes como la captación, retención de estudiantes o el propio éxito estudiantil. En la universidad española, más de una tercera parte de sus alumnos abandona sus estudios antes de su conclusión. Concretamente un 21,8% de estudiantes abandonó la universidad durante el primer año en que cursaba un grado (curso 2016-2017), cifra que no ha variado prácticamente en los últimos años. 

Actualmente, los procesos de automatización con la aplicación de la IA propician mejoras sustanciales en los servicios a profesores y alumnos. Desde la preinscripción y matrícula a la retención de alumnos, o servicios específicos como los CAU (centros de atención al usuario de los servicios de informática). Universidades españolas (UMU, UPV, UAH, UIB, UJA, UCM, URJC, UNIZAR, entre otras) han llevado a cabo iniciativas muy destacadas, que suelen ser ya referenciadas como casos de éxito en publicaciones especializadas como la Harvard Business Review. En la última Conferencia Mundial de la Wharton sobre “reimaginar la educación” e inteligencia artificial, de hecho, algunas de estas iniciativas españolas fueron citadas como referentes a nivel mundial

Además de automatizar con eficiencia procesos de atención al alumno o los servicios de informática a profesores, personal de administración y servicios y alumnos, lo más interesante que propicia la revolución digital ligada a la IA en la gestión universitaria es el desarrollo de una cultura tecnológica que pondera la disponibilidad de datos y permite acometer retos más ambiciosos en torno a la calidad de los diferentes servicios.

La IA, la calidad docente, la personalización de la educación y el éxito académico

La retención de los estudiantes, el incremento de la calidad docente, la empleabilidad y la personalización de la docencia para mejorar la igualdad de oportunidades son retos en los que la inteligencia artificial puede jugar un papel clave si se debilitan resistencias y barreras que hemos resaltado en los anteriores apartados. 

El dilema de la IA puede ser negativo o positivo. Como tecnología de propósito general, puede crear disrupción en nuestras universidades (a través de los avances que plataformas y universidad online vayan introduciendo) o puede permitir integrar en la enseñanza presencial las capacidades mediante la personalización y mejoras sustanciales en el éxito académico de los alumnos.

Hay infinitas posibilidades de innovación docente en la educación online, mientras que la enseñanza presencial queda inmovilizada y limitada en gran medida por la tendencia ya repetidamente citada de “meter el aula física en el ordenador”. El ámbito digital tiene un infinito potencial si se deja de constreñir por un modelo que toma como rígido e inamovible el formato presencial actual sin posibilidad de hibridarlo o explotar el potencial de la digitalización disruptiva derivada de la IA y otras herramientas digitales. 

La IA es la nueva electricidad y ha venido para quedarse. La necesitamos como herramienta y como base para mejorar nuestros propios procesos y modelos universitarios vigentes. Antes de explotar y aprovechar su potencial, necesitamos generar data. ¿Qué data? No es complejo: necesitamos interacciones con los estudiantes que nos desvelen sus problemas de adaptación en la universidad presencial o virtual. Hay motivos relacionados con la falta de integración en los campus presenciales y también desmotivación en el aislamiento y carencia de contacto físico en el ámbito virtual. Segmentar y buscar patrones de causas propicia la aplicación de muchas soluciones de bajo coste que ya existen en nuestras universidades. 

También necesitamos tutorizar al estudiante en cada asignatura y que nos identifique el gap en su formación y las barreras de compresión que se van generando conforme se avanza en cada asignatura. Existen repositorios y recursos digitales abiertos disponibles para estudiantes y acorde con sus niveles y déficits formativos. 

El gran reto de la IA a partir del data generado es incrementar la calidad docente y el éxito académico o, si se prefiere, la capacidad de minimizar el fracaso. El fin del suspenso. La tecnología actual nos proporciona medios relevantes y efectivos para empoderar el talento y propiciar recursos educativos para que el fracaso estudiantil se reduzca a casi cero. La gran revolución de la IA en nuestro tiempo se dirige a acabar con el fracaso académico, en sus diferentes modalidades. La base de todo esto empieza por una comunicación eficaz capaz de entender lo que los estudiantes necesitan. Hay que insistir en generar data de cada asignatura, de cada curso, de cada grado. Los recursos digitales permiten completar la educación presencial u online si partimos de una compresión de lo que no entiende cada alumno.

La digitalización de la universidad: hacia un nuevo paradigma educativo

El Foro Económico Mundial publicó recientemente un artículo que afirmaba que “la Covid-19 está impulsando una revolución en la educación que se debió hacer mucho tiempo” y presagia “un nuevo paradigma educativo”. Señala que “la pandemia nos está haciendo desafiar las nociones profundamente arraigadas de cuándo, dónde y cómo brindamos educación”, del papel de los colegios y universidades, la importancia del aprendizaje permanente y la distinción que establecemos entre estudiantes tradicionales y no tradicionales: “la Covid-19 ha golpeado nuestro sistema educativo como un rayo y lo ha sacudido hasta la médula. Así como la primera revolución industrial forjó el sistema educativo actual, podemos esperar que surja un tipo diferente de modelo educativo”. 

Ciertamente, la actual pandemia ha propiciado la adopción repentina de conferencias en línea y su aceptación masiva dentro y fuera de la universidad. Simplemente las consecuencias de esto pueden ser potencialmente enormes. Personas de todo el mundo pueden aprender y enseñar a grandes audiencias a un costo marginal cercano a cero. Esto por sí solo revolucionaría la impartición de la educación superior y la investigación.

Esto ha dado pie a especulaciones sobre si caminamos hacia una “universidad global”. Un artículo en University World News afirma que la crisis conducirá a un nuevo tipo de institución llamada “nueva universidad global” o NGU. Un modelo de universidad “con acceso abierto […] con una estructura que no está limitada por el lugar ni por insignias parroquiales de gobiernos y estados”, donde “los profesores pueden postularse para unirse a la NGU procedentes de todas las regiones del planeta y deben tener a su disposición los mejores medios y métodos para servir y empoderar a las comunidades de estudiantes y académicos de todo el mundo”. 

Pero las tecnologías y las innovaciones educativas que hacen posible estas conjeturas ya existían hace años y muchas universidades han apostado por su desarrollo e implementación. La Covid-19 puede acelerar la asimilación de la virtualidad, pero la universidad como institución debe “reinventar la educación” sobre la riqueza de la diversidad de ideas, métodos y culturas

Al respecto, me gustaría terminar señalando que, al margen de la globalidad, la IA sí permite mejorar sustancialmente tanto la universidad presencial como la virtual. Quizás en pocos años la distinción que propiciará la IA no será entre universidades presenciales o virtuales, sino que marcará la diferencia para aquellas universidades de calidad que potencian el éxito estudiantil presencial o virtualmente y hacen efectiva la igualdad de oportunidades. 

Esta colaboración fue publicada en el Informe CYD 2020. Monografía sobre la digitalización de la universidad, páginas 106-110. Puedes descargar el artículo completo en este enlace.

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