La digitalización de la educación superior: un año de revolución y disrupción

Digitalización de la educación superior (Informe CYD 2020)

Durante la emergencia sanitaria, que provocó el cierre total o parcial de las universidades, cada país reaccionó según sus posibilidades de apoyar su sistema educativo y evitar discontinuidades en la educación de los estudiantes. Las instituciones que ya contaban con las infraestructuras disponibles o los profesores que utilizaban sistemáticamente las tecnologías digitales y los entornos de aprendizaje en sus prácticas docentes tuvieron la ventaja de reaccionar ante la situación disruptiva y rápidamente lograron encontrar un nuevo equilibrio. Sin embargo, la pandemia también evidenció la reducida preparación para la digitalización de la educación superior, lo cual abrió un llamamiento a reconsiderar las nuevas y viejas desigualdades, el rol docente, los contenidos y las metodologías en pro de un nuevo paradigma educativo que ponga a la persona y a su formación en el centro de las prioridades.

No es posible encontrar una situación equivalente en un pasado próximo (no tan próximo) que lo sucedido en el sistema educativo a partir del segundo trimestre del 2020. Las instituciones universitarias tuvieron que adaptar su modelo tradicional de enseñanza, mayoritariamente presencial, a un modelo online como consecuencia del impacto de la pandemia provocada por la Covid-19 en todo el planeta. Este efecto propulsor no hizo más que acelerar los procesos de digitalización de la educación superior, avanzando entre cuatro y seis años en tan solo unos meses, además de poner en evidencia la utilidad de nuevas fórmulas de enseñanza online o híbridas, como las blended learning (aprendizaje semipresencial) y las flipped classroom (aulas invertidas con presencia mixta).

Bajo la generalización de la enseñanza online en las universidades se han llevado a cabo numerosos estudios sobre las características de su implantación, se han desarrollado distintas políticas por parte de diferentes administraciones y se ha iniciado una amplia reflexión sobre los inconvenientes y las bondades de dicha modalidad de enseñanza que, sin duda, ha venido para quedarse, incluso cuando la pandemia deje de ser un factor relevante en el funcionamiento de la sociedad.

Lo que sí está claro es que la tecnología ha permitido eliminar en gran medida las barreras espacio-temporales del aprendizaje, responder a los intereses individuales gracias a la ingente cantidad de información disponible, permitir la conectividad con personas e instituciones y facilitar una gran cantidad de posibilidades formativas, desde tutoriales hasta grados y máster, pasando por los MOOCs (cursos en línea masivos y abiertos dirigidos a un número ilimitado de participantes), los NOOCs (cursos online masivos y abiertos pero de corta duración y muy especializados en un tema concreto), los SPOCs (pequeños cursos adaptados a reducidos grupos de personas), y la formación personalizada, modulada, continua y asincrónica. 

En este contexto, surgen diferentes interrogantes sobre las fronteras del conocimiento en la sociedad digital. Como toda innovación educativa, su eficacia, relevancia e impacto real dependerán de que llegue a todos. Eso supone cerrar las brechas digitales, pero también desarrollar nuevas competencias, alfabetizar digitalmente y redefinir los contenidos y métodos educativos.

Plan de acción para mejorar la digitalización de la educación superior

Desde Fundación CYD no queríamos dejar de estar atentos a esta situación y, por esta razón, hemos considerado que la monografía del Informe CYD 2020 debía estar dedicada a la penetración de la digitalización. Los siguientes párrafos recogen el análisis de Marina Marchisio (Università degli Studi di Torino, Italia) respecto a la actuación de la Comisión Europea, con el objetivo tanto de fomentar el desarrollo de un ecosistema de excelencia de educación digital como la mejora de las competencias digitales en el conjunto de la ciudadanía. Su colaboración «El plan de acción de educación digital de la UE: oportunidades para las universidades europeas» analiza dicho plan 2021-2027 como palanca de este proceso de digitalización. 

La pandemia de la Covid-19 impulsó la necesidad de una rápida transformación digital de los procesos educativos y evidenció carencias en varios dominios como las estructuras y tecnologías disponibles, las conexiones a internet, las competencias digitales de docentes y estudiantes, la disponibilidad de recursos y contenidos abiertos para la enseñanza, el aprendizaje y la formación, así como también en cuestiones de alfabetización digital relacionada con la información, los datos, la seguridad y la propiedad intelectual.

Para ayudar a los estudiantes a acceder a las actividades de aprendizaje desde sus hogares, la Unión Europea desarrolló y publicó en 2020 un nuevo Plan de Acción de Educación Digital (en adelante DEAP, por sus siglas en inglés de Digital Education Action Plan) para el período 2021-2027. Enmarcado en el Plan de Recuperación para Europa (NextGenerationEU), su principal objetivo es orientar a todos los estados miembros sobre cómo intervenir en la actualización y adaptación de sus sistemas educativos a las necesidades de la era digital y, sobre todo, ayudar a los ciudadanos a desarrollar competencias digitales útiles para reconstruir la economía y mejorar el futuro de cada país.

Dicho plan señala como primera prioridad fomentar el desarrollo de un ecosistema de educación digital de alto rendimiento, el cual requiere asegurar la equidad en el acceso a las actividades de aprendizaje en términos de infraestructuras, dispositivos y organización institucional, garantizar una conexión a internet confiable para brindar y acceder a la educación en línea y empoderar a docentes y educadores para que adopten métodos de enseñanza efectivos a través de acciones formativas y de desarrollo profesional. La segunda prioridad es mejorar las habilidades y competencias digitales de todos los ciudadanos, especialmente de los jóvenes que serán el motor del futuro. Los estudiantes, profesores, trabajadores y solicitantes de empleo deben estar equipados con las habilidades adecuadas para participar activamente en la transformación digital del presente.

Principales acciones identificadas por el Plan de Acción de Educación Digital (DEAP)

El DEAP recomienda tres direcciones principales que deberían activarse para promover una profunda transición de los paradigmas educativos tradicionales a los digitales. 

  1. Capacidades digitales: La primera dirección apunta a superar las diferencias tecnológicas y garantizar el acceso, tanto en términos de conectividad como de disponibilidad de dispositivos, tecnologías e infraestructuras. Las acciones incluyen el apoyo específico para el desarrollo de la capacidad digital de las instituciones de educación a través de la cooperación, el intercambio de buenas prácticas y el desarrollo de capacidades organizativas para apoyar nuevas modalidades de educación digital, como son los modelos híbridos. El objetivo final de estas acciones es la reducción de la desigualdad en el acceso a la educación.
  2. Competencias digitales: La segunda dirección aborda la necesidad de mejorar las competencias digitales de educadores y estudiantes. Las acciones incluyen pautas comunes, programas de capacitación y materiales compartidos que podrían ofrecer oportunidades de desarrollo profesional. Mediante cursos de formación, debería fomentarse una mejor comprensión del papel de la educación informática. Otros temas centrales que deben incluirse para el desarrollo de habilidades digitales son la aplicación de estándares éticos en el uso de los datos y de la inteligencia artificial en la educación, así como el apoyo a la igualdad de género y el enfrentamiento a la desinformación y las fake news.
  3. Ecosistemas digitales: La tercera dirección promueve acciones dirigidas a incrementar el uso efectivo y sistemático del aprendizaje digital y abordan contenidos de calidad, herramientas seguras y fáciles de utilizar que ayuden a evitar confusiones y a mantener la privacidad y la ética, así como fomentar y facilitar la creación de comunidades virtuales para la cooperación, el desarrollo profesional y el intercambio de buenas prácticas.

Por tanto, la adopción de un Entorno de Aprendizaje Digital (DLE, por sus siglas en inglés de Digital Learning Environment) es y será fundamental para todas las experiencias formativas del presente y del futuro, pero para ello se requiere cumplir con las cuatro características imprescindibles de la educación: aceptabilidad (educación de calidad y con estándares mínimos), accesibilidad (eliminar las barreras y obstáculos en el acceso), adaptabilidad (la institución debe adaptarse a los intereses, actitudes y necesidades de los estudiantes) y disponibilidad (establecimiento, financiamiento y uso de las instituciones educativas).

Además, la digitalización de la educación superior permite fortalecer los procesos de internacionalización y de movilidad más allá de los modelos tradicionales. Los entornos de aprendizaje digitales habilitan el paradigma de movilidad virtual para alternar períodos en el extranjero, incluso de corta duración, con períodos remotos. Este nuevo tipo de movilidad podría involucrar tanto a estudiantes como a profesores y mejoraría la oportunidad de que más personas se unan a un programa de movilidad, siendo accesible también para aquellos que, por razones económicas, familiares, de salud o personales, no pueden permitirse estar mucho tiempo lejos de sus hogares. 

También, vale la pena destacar que la adopción de un entorno de aprendizaje digital (DLE) genera un gran impacto a nivel institucional ya que habilita la creación de redes con otras universidades a partir de los ecosistemas de aprendizaje digital que permiten compartir fácilmente caminos de aprendizaje, recursos, actividades, experiencias y proyectos. Un claro ejemplo de ello es la iniciativa Universidades Europeas, las cuales se benefician enormemente de la educación digital ya que necesitan compartir un campus virtual y un entorno de aprendizaje único entre todas las instituciones vinculadas.

Otra oportunidad está representada por la posibilidad de crear y compartir contenido digital en forma de recursos educativos abiertos como los MOOCs, las micro credenciales y los formatos de corto aprendizaje. Las universidades pueden crear recursos similares que representen una forma de democratización de la educación y faciliten la participación de adultos en programas de formación permanente, pero para ello necesitan adquirir habilidades de diseño instruccional que los hagan de alta calidad.

Por último, el desarrollo de entornos digitales permite apoyarse en la analítica para analizar datos de actividades de enseñanza y utilizar los resultados para mejorar la calidad de las rutas de formación a través de una comprensión más profunda de los procesos de aprendizaje. La inteligencia artificial puede ser adoptada para la creación de algoritmos que propongan actividades adaptativas y una retroalimentación personalizada con los estudiantes en función de sus actividades y resultados. A su vez, el conocimiento de estos procesos podría transferirse a los profesores para mejorar su metodología y las herramientas que están utilizando.

Cómo mejorar digitalmente los procesos de enseñanza y aprendizaje en las instituciones

Michael Gaebel, director de Política de Educación Superior de la Asociación Europea de Universidades (EUA, en sus siglas en inglés), también participó en la monografía del Informe CYD 2020 sobre la digitalización de la educación superior a través de su colaboración “Aprendizaje y enseñanza mejorados digitalmente en las instituciones de educación superior europeas: situación, progreso y perspectivas para el futuro” en la que reflexiona sobre si la pandemia de la Covid-19 cambiará radicalmente la práctica institucional y si traerá (o no) un cambio de paradigma. En los siguientes párrafos, detallamos su análisis.

Los enfoques de aprendizaje digital parecen tardar algún tiempo en generalizarse. Entre las razones del retraso, podrían mencionarse el tiempo necesario para su adopción, su viabilidad y confiabilidad a través de una tecnología sólida, una infraestructura y recursos necesarios, además del proceso de aceptación por parte de los estudiantes y del personal.

La aparición de los MOOCs en 2012-13 proporciona un ejemplo muy ilustrativo al respecto. Técnicamente posibles desde hace algunos años, y cuidadosamente explorados en pequeños grupos de pedagogos innovadores, fueron promovidos y promocionados como la revolución del aprendizaje. Cuando esto no sucedió, comenzaron a verse como un fracaso.  Como justificación, una suposición que se escuchaba a menudo en aquel momento era que las universidades eran bastante lentas y probablemente incluso adversas a las innovaciones tecnológicas en el aprendizaje y la enseñanza. En particular, las universidades europeas quedarían a la zaga de las de otras partes del mundo, en particular de las de Estados Unidos.

Sin embargo, esta puede haber sido una conclusión errónea en varios aspectos. En 2014, la European University Association (EUA) llevó a cabo la primera encuesta paneuropea sobre el tema y descubrió que casi todas las universidades europeas utilizaban algún tipo de “aprendizaje electrónico” y que aproximadamente un tercio impartía cursos de grado en línea. Además, la gran mayoría de instituciones respondieron muy positivamente al aprendizaje digital y tenían grandes expectativas sobre su impacto futuro, tanto en términos de pedagogías como de cooperación internacional.

Sin embargo, los datos también confirmaron que la aplicación del aprendizaje digital todavía era bastante experimental, su uso era irregular y no necesariamente vinculado a los enfoques estratégicos que estaban surgiendo en muchas instituciones en ese momento.

Desarrollos entre 2014 y 2020: ¿Transformación disruptiva o ganancias marginales?

Con el tiempo, las prácticas de aprendizaje digital se han vuelto más comunes a medida que se utilizan en toda la institución y que existe una comprensión más concisa de los propósitos y la utilidad de los diferentes formatos y enfoques. Si bien ya en 2014 las instituciones de educación superior esperaban que los enfoques digitales pudieran fomentar el intercambio y la cooperación internacionales, en 2020 esto era ya un hecho, junto con las expectativas de mejoras adicionales en el futuro. 

Otro ejemplo es que hoy en día los MOOCs continúan sirviendo a una variedad de propósitos, siendo los más importantes la promoción internacional y el desarrollo de métodos innovadores de aprendizaje, además de propiciar la inclusión social, la formación permanente, diversa, especializada y más corta.

Sin embargo, también hay áreas en las que parece haber habido poco desarrollo: en 2020 sólo un tercio de instituciones ofrecía programas de grado en línea y generalmente había muy pocos programas por institución. Curiosamente, existían importantes diferencias regionales: en los países nórdicos, por ejemplo, el 60% ofrecía programas de grado en línea, mientras que las cifras en el resto de Europa eran mucho más bajas. 

Si bien para 2020 no había habido un mar de cambios como se predecía, definitivamente sí que hubo una transformación gradual: las instituciones de educación superior desarrollaron estrategias y maduraron el uso de diferentes enfoques, formatos y métodos de educación digital, aumentando su confianza y su actitud positiva hacia la digitalización de la educación superior.

Covid-19: una prueba de práctica obligatoria para la educación digital

Claramente, la crisis, tan terrible como fue y sigue siendo, supuso una prueba de fuego involuntaria y sin previo aviso para las infraestructuras, competencias y gestión de la digitalización de la educación superior. 

Los campus tuvieron que cerrar, pero las universidades permanecieron abiertas. Según la encuesta EUA 2020, en abril-mayo de dicho año alrededor del 90% de las instituciones se habían conectado para todas o la mayoría de las materias, sorprendiendo por la rapidez y flexibilidad del sector ante el común conservadurismo y la lenta transformación. Si esto hubiera sucedido diez años atrás, la digitalización no hubiera sido posible debido a la falta de capacidad, recursos e infraestructuras.

Al observar cómo la crisis ha afectado a la educación superior, se distingue que la experiencia no ha sido positiva ni fluida en todas partes ni en todas las etapas y, sobre todo, ha evidenciado la baja calidad de la “educación remota de emergencia”. Sin embargo, la nueva realidad tampoco fue un descontento total. Por ejemplo, alivió a los estudiantes que se desplazaban diariamente al campus, mientras que algunos matriculados con capacidades diferenciales se encontraron en un campo de juego más parejo ya que no eran los únicos que dependían de los dispositivos técnicos. Pese a esto, la mayoría de los estudiantes y profesores nunca habrían optado voluntariamente por la educación a distancia y tampoco estaban muy bien preparados para ello. 

La crisis puede haber traído algunos desafíos genuinamente nuevos, pero sobre todo magnificó y amplificó las brechas y debilidades existentes, tal como las discusiones sobre la evaluación ya que la alineación con los resultados del aprendizaje es un tema que va más allá de la provisión remota. Otra cuestión radica en la tecnología y los servicios externos, como la capacidad limitada que ofrecen las herramientas de conferencias, videollamadas y reuniones, así como los servicios de supervisión que no están orientados a los miles de estudiantes que se examinan en una universidad.

A través de su ausencia, la universidad física también demostró su importancia más allá de albergar aulas, salas de conferencias, bibliotecas y laboratorios. La experiencia social en y alrededor de los campus, con intercambios informales entre miembros de la universidad, es algo que se da por sentado pero que se convirtió en un elemento importante y esencial de la vida de los estudiantes y que no es fácil de generar en modo remoto u online. Al mismo tiempo, la ausencia de la universidad presencial también llamó la atención sobre aspectos que impactan en el aprendizaje más allá del plan de estudios, como son las situaciones sociales de los estudiantes y las circunstancias de vida fuera del campus. No hay duda de que los estudiantes de entornos económicos débiles enfrentaron aún más desafíos durante la crisis.

Lecciones aprendidas y predicciones para la nueva normalidad

La educación superior ha pasado por un duro proceso de concienciación que, con suerte, ha eliminado algunos de los mitos e ideas demasiado simplistas sobre lo que puede aportar la digitalización. A estas alturas, casi todo el mundo ha experimentado la educación online y el uso de algún software para reuniones virtuales, además de ser mucho más conscientes de la necesaria distinción entre el aprendizaje sincrónico y asincrónico.

Es difícil predecir cómo evolucionará la educación superior en los próximos meses y años, pero hay muchas probabilidades de que la experiencia remota y online tenga un impacto a largo plazo ya que ha iluminado o al menos mitigado algunas de las barreras técnicas y mentales que impedían una integración más fluida del aprendizaje presencial y virtual. Incluso, este tema está en la agenda de muchas instituciones que no quieren volver a los enfoques anteriores a la crisis, sino que prefieren conservar algunas de las opciones innovadoras que se han experimentado durante los últimos meses a través de las modalidades híbridas y de alta flexibilidad. Sin embargo, como esto será bastante diferente a lo realizado de manera improvisada durante la pandemia, el establecimiento completo de estos modelos requerirá más experimentación, desarrollo, compromiso de los estudiantes y del personal, así como recursos e inversión.

Por último, está aumentando la demanda de una oferta más corta, más flexible y que no sea solo de grado. Este desarrollo es claramente anterior a la crisis, pero ciertamente se ha visto reforzado por ella. Otro posible desarrollo es el aumento de los formatos virtuales que no reemplazarán la movilidad física sino que la complementarán. Dado que los intercambios internacionales están en el ADN de la educación superior europea, esto podría hacerlos más diversificados, frecuentes y fluidos para permitir actividades de colaboración interinstitucional más profundas y compartidas en la educación, pero también en la investigación a nivel europeo y mundial.

Si bien hay bastante entusiasmo sobre la amplia gama de posibilidades, una pregunta que surge es cuánto cambio será factible en el futuro inmediato. La formación híbrida tendrá que llegar en dosis adecuadas para asegurarnos de que el desarrollo de la educación digital será humano y se comunicará e implementará a través de enfoques participativos. Más allá de la innovación en el aprendizaje, dicho desarrollo debe enfatizar el valor agregado de los propósitos y agendas comúnmente aceptados, como la colaboración europea e internacional, la inclusión, la ecología y el desarrollo sostenible.

Lo que no podemos omitir es que el sector de la educación superior, con instituciones que trabajan en diversas misiones como la educación, la investigación y la innovación en enfoques multidisciplinarios e interdisciplinarios, ha demostrado ser un activo clave para impulsar una transformación gradual, además de ser capaz de responder de forma rápida e inmediata a una crisis impredecible.

Si además de estas dos colaboraciones quieres leer las aportaciones de otros autores que participaron en la monografía del Informe CYD 2021 sobre la digitalización de la educación superior, descarga el monográfico en este enlace.

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